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    Teruel, una de las grandes desconocidas

    Por el 19 marzo, 2015
    Berlin - Upitravel

    Si hay una ciudad que ha necesitado incluso un lema que dijera que existe en nuestro país, esa ha sido Teruel. Y es que sí, Teruel sí existe.

    Buena cuenta de ello es lo mucho que tiene que ofrecer esta ciudad, desde su propia capital hasta su provincia, donde arte, tradición, monumentos y belleza cobran especial relevancia tan pronto hablamos de la capital mundial de la arquitectura mudéjar, pero no sólo eso, sino que también es una ciudad perfecta para una escapada en pareja o para descubrir los pasos de los primeros dinosaurios.

    La capital Mudéjar

    Para entender la anatomía mudéjar de Teruel habría que tirar de historia. En plena Edad Media, cuando los cristianos empezaron a reconquistar muchas capitales que hasta ese momento había controlado el Islam, muchos de los musulmanes que se reconvirtieron al catolicismo siguieron viviendo en las ciudades, ofreciendo todos sus conocimientos y estilo al desarrollo urbano de la propia urbe.

    En Teruel, organizados en las llamadas aljamas, seguían sus antiguas tradiciones mientras aportaban valor a través de las construcciones y artilugios que llevaban sus propios sellos de identidad y que posteriormente se conocería como arte mudéjar.

    Las torres más antiguas, que datan del siglo XIII así como los templos de San Pedro o la propia Catedral son un claro ejemplo de una corriente artística que mezclaba lo mejor del románico y gótico aragonés con los detalles decorativos más cercanos al arte árabe, consiguiendo unos conjuntos monumentales que hoy son conocidos como Patrimonio de la Humanidad por ser considerada la capital mundial de este curioso y único movimiento.

    Los amantes de Teruel

    Pero si hay algo por lo que se conoce a Teruel, es por sus amantes. ¿Quién no conoce el dicho de «los amantes de Teruel, tonta ella, tonto él».

    Bueno, pues según cuenta la leyenda, allá por la Edad Media, cuando la ciudad era una de las llamadas plazas fronterizas entre los llamados Reinos Taifas de Levante. En ese contexto, una pareja de jóvenes enamorados prácticamente desde su infancia, planean poder llevar a cabo su casamiento, pero el padre de Isabel de Segura, la novia, no lo permitirá por motivos económicos. Ella era noble de alta alcurnia, y él, Juan Diego Martínez de Marcilla, un segundón sin posibles que se marchará durante cinco años a la guerra para conseguir la fortuna que le permita desposar a su bella amada.

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    En vista de que no llegaban nuevas de las batallas, el padre de la novia, para no dejarla sin desposar, la compromete con uno de los hombres más pudientes de la ciudad y es durante el día de la boda cuando Juan Diego de Marcilla vuelve a Teruel para presentar sus ganancias a la familia y poder desposar a su amada Isabel.

    Al ver que llegó tarde, se presentó en los aposentos de los recién casados pidiéndo a la joven un beso, que por decencia como mujer casada, negó, cayendo muerto por la tristeza. Durante el funeral, según cuenta la tradición oral, ella se levantó y se aproximó al cuerpo para darle ese último beso de despedida que le negó en vida, y al hacerlo, falleció sobre su amado.

    Desde entonces, yacen juntos bajo unas espectaculares esculturas del genial Juan de Avalos, convirtiéndose en los Romeo y Julieta de la Península y siendo destino de muchos turistas que quieren adentrarse en la leyenda de los enamorados.